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Equilibristas de la vida:

Discriminación

Para que un paciente logre sobreponerse al diagnóstico de Parkinson, como lo hizo Salvador, los enfermos tienen que enfrentarse a dos tipos de discriminación: la propia y la social.

 

María de la Luz Mora, de 67 años, relata: “A partir de que me dijeron que tenía Parkinson, me afectó más, que antes de saberlo. Me ha limitado la vida, ya no tengo mi vida normal y le afecta a uno bastante. Ya no puedo ir en transporte público por la andadera […] cuando salimos, yo no puedo ir a conocer muchos lugares porque me canso muy rápido.”

 

El primer paso para erradicar la depresión y poca autovaloración de los parkinsonianos, como también se les conoce, es la intervención de los familiares. “No podemos estar solo con nuestras terapias. Requerimos apoyo”, declaró Salvador Lares.

 

Consciente de que no únicamente el paciente necesita comprensión, desde hace varios años, en AMPAC se organizan cursos para los familiares y cuidadores de los enfermos de Parkinson. De esta manera, se les ayuda a entender a los pacientes y las manifestaciones de la enfermedad en su propia vida.

 

En la mayoría de los casos, los familiares apoyan enteramente a sus enfermos y buscan brindarles la mejor calidad de vida posible. Sin embargo, hay pacientes como Omar Urrutia que se niegan a aceptar el diagnóstico de la enfermedad, se cierran en su propio círculo y por ende, no aceptan ser ayudados.

 

“El enfermo de Parkinson requiere la comprensión de la sociedad para tener una mejor calidad de vida”

 

En 1997, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el 11 de abril como Día Mundial del Parkinson, dicho día coincidió con el aniversario del nacimiento de James Parkinson, neurólogo británico que, en 1817, descubrió lo que en aquel tiempo llamó “parálisis agitante” y que hoy conocemos como enfermedad o mal de Parkinson.

 

A pesar de haber pasado casi 200 años desde su descubrimiento, los enfermos de Parkinson aún tienen en la desinformación a su principal némesis.

 

Para Salvador Lares y los más de 500 mil enfermos de Parkinson en México, según cifras del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, salir a la calle implica una batalla contra las miradas de extrañeza y el aislamiento en una aparente burbuja de aire invisible que hace a las personas rodearlos e ignorarlos.

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“No he sufrido discriminación porque no lo permito, pero sí he visto que, de algún modo, por ignorancia, se discrimina. En cuestiones muy cotidianas, como tomar un taxi es difícil; por la lentitud de nuestros movimientos o por nuestra postura, piensan que estamos borrachos y no se paran. O, si vas en silla de ruedas, no se paran porque no quieren subir la silla. En el metro, eres empujado, que no te den el lugar ya es algo común”, nos platica el presidente de AMPAC.

 

Caso contrario al de Salvador, se puede obtener de la Encuesta Nacional de Discriminación 2010, donde un paciente anónimo dio testimonio de la discriminación y animadversión de la sociedad por entender la enfermedad: “(Me gustaría) que no hubiera discriminación, que no te vieran raro, que te aceptaran tal como eres, que tuvieran respeto, respeto a tu discapacidad, que tuvieran conciencia de que estás discapacitado (sic) y si vas, por ejemplo en el camión vuelve a salir, porque batallamos mucho con el camión, que te esperen a que te sientes, que te esperen a que te bajes, que no arranquen el camión cuando estás caminando en el pasillo.”

 

Pero, la calle no es el único lugar donde el rechazo se hace presente. La mayoría de los enfermos de Parkinson en México, cuando fueron diagnosticados, al mismo tiempo, recibieron un portazo en la cara a cualquier oportunidad laboral y se cerraron las que aparentemente estaban afianzadas.

 

Toda una vida dedicada al baile y a la difusión de la cultura, no le garantizaron a Salvador Lares, la permanencia en su trabajo cuando el Parkinson llegó a su vida. De esta manera, cuando fue diagnosticado hace seis años, perdió su empleo en una casa de la cultura, aunque los síntomas se presentaron desde hace más de diez años.

 

El presidente de AMPAC, nos relata: “en mi trabajo, yo mismo me di cuenta que cada vez hacía los movimientos más lentos y no sabía por qué. Luego, cuando fui diagnosticado con Parkinson, el medicamento me ayudaba a controlar mis movimientos, pero ya no pude seguir dando clase. El medicamento sólo te ayuda temporalmente, unas dos o tres horas, pero cuando se pasa el efecto tengo problemas para escribir y hacer otras cosas. En los trabajos, en cuanto se dan cuenta de esto, te rechazan.”

 

El desempleo es una de las principales preocupaciones de los enfermos de Parkinson, sobre todo entre los que presentan un inicio temprano o precoz, es decir, pacientes por debajo de los 50 años.

 

Tan solo en 2014, 22 personas entre los 20 y 24 años de edad fueron diagnosticadas con Parkinson; mientras los de 25 a 44 años sumaron 176, y los casos de personas entre 45 y 49 años alcanzaron los 175 diagnósticos.

 

A diferencia de la típica concepción acerca del enfermo de Parkinson que está constantemente temblando, esta no su principal limitante para conseguir un trabajo sino la rigidez. De acuerdo al doctor Ariel Altamirano, investigador del papel de las células madre en el tratamiento de esta enfermedad, la rigidez suele presentarse en la mitad del cuerpo del enfermo y en la zona de la cara, lo que hace a la persona más lenta y con una menor elasticidad.

 

Estas barreras hacen limitado el campo de acción de los enfermos en materia laboral. De esta forma, muchos de ellos tienen que recurrir a otras alternativas como el trabajo informal para seguir solventando los gastos de su familia como es el caso de Ramón.

 

 

Ramón Zubiate es un hombre de 50 años quien fue diagnosticado con Parkinson hace apenas tres años. Desde entonces, no ha podido conseguir un trabajo formal que le permita seguir manteniendo a su esposa y a su hijo de 23 años. Por tanto, durante estos años se ha dedicado a vender películas cerca de su casa en la colonia Guerrero.

 

"Cuando me dijeron que tenía Parkinson tuve que avisarle a mi patrón, yo instalaba el cableado eléctrico en casas y edificios. Me corrió porque era muy riesgoso para él tenerme ahí y para mí, seguir en un trabajo donde a veces estaba en una planta baja o en un piso 30. Al principio, me deprimí y me dio mucho coraje; no podía hacer nada, en ningún lado me contrataban. Mi hijo se quiso salir de la escuela para ayudarnos, a su mamá y a mí, con los gastos de la casa, pero no lo dejé. Le pedí ayuda a un amigo que vendía películas en la calle y ahí estoy hasta la fecha. Hay días que no me va muy bien, pero, al menos, frijoles no nos faltan", nos platica Zubiate.

© 2015 para AMPAC México

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